miércoles, 11 de mayo de 2016

Sam, no la toques otra vez






Sam, no la toques otra vez


Hace poco cayó en mis manos un artículo que daba cuenta del auge de las dobles en la industria del porno. Esto es, actrices de naturaleza elástica que sacan rédito del asunto aprovechándose de su parecido a mujeres famosas. Tal artículo, afortunadamente, estaba bien ilustrado y por el desfilaban ,entre otras, los duplicados de; Scarlett Johansson, Miley Cirus, Sarah Palin (si, aquella republicana desequilibrada) o la chica que hace de normal en la serie de los físicos cuánticos. Bien es cierto que no todas eran replicas exactas, pero el maquillaje y una buena peluca, en ocasiones, pueden hacer milagros. Algunas de estas famosas (a las originales me refiero) se pronunciaban halagadas al respecto: -Es un honor saberse todavía deseada. Si el público lo demanda... - espetaba una de las más longevas, sonriendo a cámara con sus labios operados. Incluso el articulo también se hacia eco de la envidia de aquellas celebridades que aún no tenían su sucedáneo en el cine X. 
 
No pude evitar establecer una analogía entre aquellas dobles del porno y las bandas tributo que ahora inundan los escenarios de nuestros pueblos y ciudades.

Que el talento y las ideas han entrado en barrena es un hecho irrefutable. No hay más que echar un ojo a Hollywood y ver la cantidad de refritos (perdonen, remakes) que anualmente se facturan. En esto la industria musical, si algo queda ella, y la cinematográfica se retroalimentan irremediablemente.

Hoy en día los promotores se frotan las manos trayendo a Udoses, Beatles o Ramones de palo, pues (parafraseándolos) lo petan ¿Por qué apostar por una nueva banda de chavales si sus canciones aun no las conoce nadie? Pura lógica mercantil. En lo que no han caído estos promotores es que dando pábulo solo a las bandas tributo no se generarán bandas en el futuro a las que otros puedan tributar. Y entonces nos meteremos en un bucle infernal, donde las nuevas generaciones no conocerán a los originales, sino solamente a los que los tributaban . En fin, que más dará, para entonces dudo que exista ya la música en directo.

Por otro lado están los músicos que aducen que de algo tienen que comer. Los entiendo. Es mejor tocarse unos temas de Sabina o Mark Knopfler de vez en cuando (y que te inviten a unas cervezas) que levantarse a las seis de la mañana para subirse en un andamio (eso si tienes suerte y trabajo) . Luego están aquellos que lo hacen porque aman a un artista, y su desarrollo y cenit vital consiste en la imitación de tal ídolo. De estos mejor ni hablar. Los psicólogos, al igual que los músicos, también tienen que comer.

Pero aquí la pieza clave es el público. Lo que este demanda, como bien apuntaba por ahí arriba la actriz madura con los morros operados. El músico y el promotor solo son (somos) meras piezas de este engranaje, los que montan (montamos) la carpa del circo. El público; esa masa boba e informe de la que también formamos parte tu y yo. Un ente abstracto y ridículo, autoproclamado soberano que (como el cliente) pocas veces tiene la razón. Pues en un ejercicio de mínimo esfuerzo sensorial prefiere dejarse embelesar una y otra vez por las melodías que ya conoce antes que enfrentarse al, para el, gran reto de descubrir algo nuevo. Así que si puedes aparcar en la puerta del garito, evitar aglomeraciones y además ahorrate unos cuantos euros... ¿Por qúe no hacerlo? Total, si el sonido es malo y los focos del escenario apuntan directamente hacia tu cara, la silueta de un gato bien podría pasar por la de una liebre.

Pero por lo que a mi respecta, Sam ¿Podrías cerrar el piano y dejar de tocar esa canción de una puta vez?


¿Sarah Palin? Busqen las siete diferencias.




viernes, 6 de mayo de 2016

La chica del MOC





 La chica del MOC



Calculo que debía de sacarnos un par de años, y por entonces dos años eran casi un abismo. Todos estábamos enamorados de ella. Y digo todos. Incluso los que ya tenían novia y no podían admitirlo. Tal enamoramiento tenía bastante de platónico, aunque hubiésemos dado una oreja porque hubiese tenido algo de carnal. Pero eran tan remotas las posibilidades que andar detrás de Esmeralda era algo que venía prácticamente incluido en el carnet de afiliación.
Su novio, Ramsés, era un mártir de la causa. Cumplía una condena de trece meses por insumisión al ejercito español, lo cual le convertía en un semidiós en los círculos antimilitaristas. Yo estaba loco por que me llamasen a filas y poder llegar a convertirme en el nuevo Ramsés, pero aun debía de esperar al menos un año y medio para que tal cosa ocurriera. Pasaba esta penitencia acudiendo a manifestaciones y sentadas pacíficas. Manifestaciones en las que apenas lográbamos cortar el tráfico en un solo sentido. Esmeralda portaba el altavoz y organizaba los cánticos y las coreografías que representábamos sobre el asfalto. Aun recuerdo la mayoría de los eslóganes, pero no pienso reproducirlos aquí. No creo que sirvieran más que para sonrojarme. Cuando la marcha llegaba a la puerta de la prisión nos quedábamos en silencio y entonces alguien leía un corto comunicado. Finalizada la lectura nos dejábamos los pulmones, siempre con la esperanza de que Ramsés nos oyera y se reafirmara en su lucha. 

Aunque para ser sinceros, a mi el muchacho ya empezaba a caerme gordo y eso que apenas había tenido tiempo de conocerle afuera. Todo el día en boca de todos y sobre todo de todas. Con esa larga melena de rizos rubios, a mi modo de ver, demasiado cuidada para un revolucionario. Aparte se había empezado a rumorear que el insumiso se entendía allí adentro con una funcionaria de prisiones. En un principio creímos que se trataba de algún tipo de falsa propaganda del estado opresor. Pero resultó ser cierto. Como atestiguaron unas fotos que otro funcionario, posiblemente despechado, filtró a la prensa. Pobre Esmeralda, después de aquello apenas nos atrevíamos a mirarla a la cara. 
 
Al poco llegó la amnistía para los presos de conciencia, y unos meses después el fin del servicio militar obligatorio. He de admitir que celebramos la noticia de forma agridulce. Teníamos la sensación de que las cosas habían caído por su propio peso y de que nuestra lucha no había sido determinante para el desenlace. Aun conservo el carnet del MOC . Un carnet rojo plastificado, desde donde me asomo con insultante juventud. 
 
¿Y que fue de Esmeralda? Os preguntareis. Tras el revuelo generado con el asunto de Ramsés y la funcionaria, se marchó una temporada a Londres para aclarar sus ideas. Coincidió con la época de las raves y las pastillas (periodo que se estiró sobre manera). Vivía en una enorme casa victoriana, de okupa en Brixton, rodeada de costras italianos. Allí hizo buenos negocios trapicheando con algo de éxtasis y ketamina, a la vez que cobraba los benefits por ser estudiante. Siempre fue una chica con recursos. Después volvió por un tiempo a España y se dedicó a la importación de todo tipo de parafernalia de la India. Desde allí llegaba la mercancía en grandes containers que, uno a uno, ella misma revisaba. Viajaba mucho. Lo último que supe de ella es que se había casado con un empresario holandés, bastante mayor que ella, de larga melena rubia y ondulada. Ahí es donde ya perdí su pista.