domingo, 21 de julio de 2019

LA SEÑORA M





Esta misma mañana, cuando volvía del supermercado cargado con media docena de bolsas (el océano me perdone), me encontré con la señora M, mi vecina del cuarto derecha. Aunque justo acababa de coger el ritmo de ascensión (si son oriundos o han visitado Santander no es necesaria más explicación), me detuve como dictan las leyes no escritas del decoro. Quién sabe si por la falta de oxigeno o porque quizás viniera yo rumiando a saber que otros asuntos, confundí el nombre de la señora M. con el de la señora P, otra de mis más ancianas vecinas (al fin al cabo ambas comparten peluquero y traumatólogo). Por suerte y aprovechándome de la sordera de la señora M, supe rectificar el tiberio a tiempo, farfullando sinsentidos, sin perder en ningún momento mi mejor sonrisa de old lady lover y saliendo airoso de mi metedura de pata.

Superado este primer bache, acometí con el infalible:

—¿Qué tal señora, a dar una vueltuca? 
—No, voy a la carnicería— respondió tajante la señora M.
—Pues oiga, muy bien— contrataqué yo, Cum laude de la palabrería hueca. 
—Mi nieto viene todos los viernes, porque siempre hago hamburguesas. Le gustan mucho— explicó la señora M, rompiendo un silencio de cuatro microsegundos, en los que pude contemplar toda mi vida pasar en una lenta sucesión de fotogramas. 
—¡Eso es fantástico, señora M¡—recalqué a voz en grito para que se enterase de lo bien que me he aprendido su nombre y de que estoy al corriente de sus problemas de oído. 
—Voy a comprarlas aquí, al Niño de la Carne II (juro que la carnicería se llama así, puede que hasta sea la única verdad que jamás haya contando) Son majos —continuó— aunque no son tan buenas como las de Alfredo.

Asentí, cerrando los ojos y arrugando el morro, con absoluta complicidad, mientras la señora M. radiografiaba los rincones más recónditos de mi alma. Me había delatado.

—¿Tu no conociste a Alfredo? ¿verdad? —me escrutó.

—Errrrr, no, yo realmente, apenas llevo un par de años en este barrio…—traté de disculparme como si no haberlo conocido se tratase de un grave delito.
—Se murió de un infarto —me interrumpió, la señora M. 
—Vaya por dios…— creo que balbuceé
—Era joven —me amenazó.
—Una lástima —casi sollocé.
—El local donde tenía la carnicería era ese de ahí —aseveró la señora M, señalando con un dedo huesudo una casa de apuestas que acaban de abrir.

Los yogures de fresa se derretían dentro de las bolsas del supermercado, las latas de Mahou comenzaban a evaporarse, mientras los aguacates regresaban al árbol del que nunca debían de haber descendido.

—Carnicería Alfredo se llamaba —sentenció la señora M, clavando en la fachada de la antigua buchería unos ojos tan llenos de nostalgia como de cataratas.

Llamadme nigromante, pero ya lo había supuesto. Carnicería Alfredo, podía visualizar perfectamente el cartel: un logotipo sangriento y un cerdo sonriente con un cuchillo entre los dientes y mirada de sádico.
Haciendo gala de mi elaborado lenguaje corporal me agaché, haciendo ademán de coger las bolsas y continuar mi camino. Los dioses del decoro ya esculpían mi efigie en la sobriedad de su templo. 

—¡Y que no se me olvide la panceta¡ —me dijo la señora M, tomándome del brazo —A mi nieto las hamburguesas le encantan con mucha panceta por encima. Así están más churruscantes, abuela, me dice. Está haciendo las prácticas de la carrera, es la segunda carrera que hace. Me llega el pobre con un hambre. ¿TE HE DICHO QUE TIENE DOS CARRERAS? Es un chico muuuuuuuy, pero que muuuuuuy educado.


El viento se detuvo en ese instante. El mar quedó congelado en mi garganta. El sol se ocultó detrás de mi ira. Las gaviotas se achantaron. A dios le explotó un grano en el culo que originó un terrible big-bang. Revilla se calló por fin la boca. Las banderas de la virgen del Carmen ardieron en los balcones de las casas. Incluso, algunas bandas tributo comenzaron a componer canciones, terriblemente malas, pero propias. Solté las bolsas, las latas de Mahou rodaron por la cuesta de Canalejas hasta estrellarse en algún lugar de Puertochico, los yogures estallaron abrasando con una especie de magma incandescente a los viandantes que tuvieron la mala fortuna de pasar, los aguacates se convirtieron en enredaderas venenosas que ascendieron por mis pantalones hasta clavar sus raíces en lo más profundo de mi negrísimo corazón.

—¿DOS CARRERAS? ¡SU NIETO NO ES MÁS QUE UN CÍCLOPE OLIGOFRÉNICO, CEJIJUNTO Y MAL EDUCADO QUE JAMÁS HA TENIDO LA DECENCIA DE LEVANTAR LA PUTA CABEZA EN EL PORTAL NINGUNA DE LAS CINCUENTA MILLONES DE VECES QUE ME LO HE ENCONTRADO Y SOLTAR UN TRISTE, ASÉPTICO Y PROTOCOLARIO ‘’HOLA’’! ESA ES LA DEFINICIÓN DE SU PUTO NIETO. PORQUE UNA COSA, QUERIDA SEÑORA M, ES LA FORMACIÓN Y OTRA LA PUTÍSIMA EDUCACIÓN DE LOS COJONES ¿ME ENTIENDE? YA ESTÁ BIEN DE TANTO DECORO Y TANTA HOSTIA. QUE SI ME CALLO REVIENTO, JODER¡

La señora M no se inmutó y continuó mirándome con absoluta tranquilidad. Entonces todo el espacio-tiempo del universo se plegó acojonado y corrió a esconderse en la bolsita de cuadros (todavía vacía de hamburguesas) de su compra. Después suspiró, acercó su boca arrugada a mi rostro y me besó dulcemente en el papo, dejando un rastro de saliva sobre mi barba. ¿Y saben por que hizo eso? Porque aquí Raúl Real, un servidor de ustedes, es un tipo, además de formado y educado, respetuoso. Y aunque lo crea con todas mis fuerzas, jamás se me ocurriría decirle a una abuelita, de su nieto, tales cosas. ¿Por quién me han tomado?


Eso sí. La señora M todavía no había terminado conmigo. Así que después de besarme, susurró:

—Hasta luego, Jose.

Yo no pude hacer más que recoger las bolsas de la compra y seguir cuesta arriba. 
Hay que ser cabrona.